Por Anette Espinosa
La Habana.- El diario Granma escribe- o al menos eso parece- para personas que no conocen la realidad cubana, esas que viven en casonas gigantescas al noroeste de la capital, o para esos extranjeros que aún piensan que el bucólico sueño de la revolución en la mayor isla del Caribe es posible.
Con el título ‘La democracia cubana está en el mérito de los candidatos, y en que sepan representar al pueblo’, recoge el diario una visita del impuesto presidente Díaz Canel a Santa Clara, la feísima ciudad del centro de Cuba por la cual es candidato a diputado a la Asamblea Nacional.
El despacho, adornado hasta el aburrimiento, escrito por una de las periodistas que acompaña al mandatario, hace loas al contacto de este con el pueblo, a su preocupación, a la posibilidad de decirse las cosas con la gente con total naturalidad. Todo con la intención de que el tonto del lector se crea que votar por Díaz Canel servirá para resolver de una vez tantos problemas acumulados.
Pero es una farsa todo. Un teatro montado por pésimos actores, por protagonistas que entraron al reparto porque los que verdaderamente tenían opciones renunciaron -o los obligaron a renunciar- porque no estuvieron de acuerdo con el libreto.
Santa Clara es la misma ciudad fea, insípida, antigua, contaminada por dos ríos lúgubres y montones de basura y herbazales desde que el ahora primer hombre del gobierno era dirigente de la juventud comunista en la provincia, y de eso han pasado unos 35 años, sin que cambie nada.
Si alguien conoce a Santa Clara es Díaz Canel, y si en algún lugar lo conocen a él es en Santa Clara. Y él sabe que la ciudad, en vez de mejorar, va para atrás a pasos agigantados. Da un paso adelante y dos hacia atrás, al mejor estilo Ruperto, el ex de Vivir de cuento.
En Santa Clara escasea el agua, no hay transporte público, las calles están en mal estado, los hospitales se caen a trozos, los precios andan por las nubes, el maltrato a los caballos que tiran de los coches que mueven a las personas llega a extremos insospechados.
Las escuelas dan lástima. No hay cuadernos para los niños, ni libretas ni lápices. A los baños de los centros docentes no se puede entrar. Si te enfermas, no encuentras medicamentos por ninguna parte, y entonces hay que leer en el periódico del Partido Comunista que Díaz Canel, el secretario del partido allí y dos o tres más son casi salvadores de la ciudad.
Y encima de eso, hay que admitir que la periodista diga que a Díaz Canel, entre otras cosas, se le consideró como un rotundo martiano, aunque sin explicar cuál de las facetas del apóstol de Cuba heredó el más tonto de cuantos presidentes ha tenido el país desde el 20 de mayo de 1902.
Por otra parte, como no podía dejar de ser, el impuesto presidente se refirió a la candidatura a la Asamblea Nacional, y dijo sentir orgullo de pertenecer a la misma. Una perogrullada más del hombre de la limonada, del mismo que desafina al cantar una canción ante un mandatario extranjero, del que tiene que leer hasta las réplicas en una reunión de presidentes del área de las Américas, o del que prometió una vivienda y media por municipio por día para resolver en 10 años los problemas habitacionales del país.
Granma puede decir lo que quiera. El cortejo periodístico que acompaña al mandatario puede escribir lo que le venga en gana, incluso puede que más del 90 por ciento de los electores de Santa Clara vote por él -que lo dudo- pero, con reportes como este, el cubano común no puede menos que sentir asco y desidia. Porque mientras los que dirigen y garantizan la vida de lujos propia y de los Castro, los pobres de la tierra se encuentran cada vez con un país más depauperado.
Es como si el mundo del diario Granma fuera en una galaxia diferente, y no en el mismo mundo donde unos pocos tienen de todo y más del 99 por ciento no tiene nada. Y nada es nada, para no apelar a un listado enorme de las cosas que ya no escasean en Cuba, sino que no las hay, como medicinas, arroz, aceites, detergentes, azúcar…, por solo mencionar unas cuantas.