Álvarez Cambras, la dura realidad de los ancianos en Cuba

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Por Anette Espinosa
La Habana.- Mi madre siempre estuvo enamorada de Álvarez Cambras. Decía que además de ser un gran médico, era un hombre apuesto, que lucía muy bien. Incluso, cuando me llevaba a mí a mis habituales consultas al hospital Frank País, se paseaba por los pasillos para ver si alguna vez se lo encontraba. Decía que solo quería saludarlo y agradecerle, pero yo sabía que no era solo eso. A ella le gustaba y quería coquetearle.

Una vez nos pasó por delante de nosotros en la calle 23, en El Vedado. Nosotros estábamos parados en una esquina y de pronto su Mercedes Benz salió de un semáforo y dobló a la derecha, pero mi madre solo atinó a decirle adiós. Según las historias, ese carro se lo regaló el dictador iraquí Saddam Hussein, cuando el prestigioso galeno lo operó de algo que lo pudo dejar inválido para siempre.
Yo tuve más suerte que mi madre, porque pude hablar con él más de una vez. Una de ellas en el Fajardo, a donde fue a ver a una de las voleibolistas que el había operado unos meses atrás de algún problema en la rodilla. Las llamadas Espectaculares morenas del Caribe por el relator René Navarro, jugaban un partido allí y el prestigioso médico estaba en la cancha. Mi novio y yo éramos amigo de otra jugadora, fuimos a verla, y coincidimos.
Nos sentamos cerca y cruzamos algunas palabras. Parecía un hombre educado, culto, respetuoso y mesurado. Y, además, era comunista, de esos comunistas que prestigiaban al gobierno de los Castro, aunque él, dicen, lo hacía por amor a una profesión que lo llevó a conocer medio mundo y que le granjeó el cariño y la admiración hasta de algún jefe de Estado foráneo.
Cuentan las malas lenguas que alguna vez tuvo problemas con Antonio Castro Soto del Valle, el hijo predilecto de Fidel Castro, porque el delfín del gobernante no le prestaba la atención requerida a su trabajo y quería disfrutar privilegios que otros no tenían, ni podían imaginar.
Castro Soto del Valle, más conocido como Tony Castro, era -y es- un farandulero, que lo mismo andaba detrás de los grupos de salsa que tocaban en cualquier salón de La Habana, que se la pasaba con sus amigos peloteros, entre ellos Víctor Mesa y Lázaro Vargas. Y Álvarez Cambras no debía permitir aquello, porque iba contra sus principios. Y eso lo llevó a tener encontronazos.
Un día, cuando ya estaba mayor, decidieron que su tiempo al frente del hospital Frank País había terminado. De pronto se le acabaron las condiciones especiales: la gasolina para su carro, los recursos, las invitaciones, los encuentros con dignatarios extranjeros o visitantes ilustres que llegaban a Cuba, y el médico fue al olvido.

Hace unos días su hijo habló de cómo lo habían olvidado. Lo hizo, dicen, en el programa de Otaola, al que yo no tengo acceso desde acá, porque mi internet es limitado, pero algunos amigos me mandaron fotos para que pudiera comparar.
Mi madre ya está vieja y no está para esas historias con Álvarez Cambras, pero estoy seguro de que si le enseño una foto del prestigioso médico le dará una cosa: está demacrado, se ve muy débil, muy mal, como si le faltarán esas cosas que a otros le sobran.
Álvarez Cambras nació en 1934. Tiene 89 años pero en la foto parece tener 120. Luce mal, extremadamente delgado, aunque limpio y cuidado, porque, según dicen, tiene una enfermera a su disposición, algo de lo cual no gozan todos los cubanos, aunque los hombres de la momenclatura tienen enfermeras, médicos, las medicinas necesarias, los complementos vitamínicos, los paseos, los masajes y todo lo que necesiten. Hasta los mejores whisky y las carnes ideales para esas edad.
Pero, a juzgar por la situación en la que se encuentra el ortopédico más conocido de Cuba, esas cosas no llegan a él. Sí las tienen a su alcance Raúl Castro, Ramiro Valdéz, José Ramón Machado Ventura, Guillermo García y todos esos generales nonagenarios y en activo, que forman parte, incluso de la candidatura -cuasi aprobada- de la próxima Asamblea Nacional.
Sin embargo, el galeno no es un indicador para medir los descuidos con los ancianos en Cuba. Los viejitos del país no solo no tienen enfermeras ni medicinas, ni suplementos vitamínicos o whisky, tampoco tiene comida, ni los más elementales tratamientos para la hipertensión. Y encima de eso, no tienen dinero, algunos no tienen casa, o viven en pisos de tierra, techo de guano y paredes de palma real.
Los viejitos en Cuba, en su mayoría, no tienen esperanzas. Y nunca la tuvieron

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