Por Fernando Clavero
La Habana.- Si alguien me hace esa pregunta, sin dudas responderé que habrá un cambio en Cuba, solo que no sabría decir con exactitud cuándo puede ocurrir. Eso sí, el momento del cambio está cada vez más cerca, y vamos hacia él a una velocidad asombrosa, al extremo de que pudiera ser en cualquier momento.
Ya el gobierno cubano estuvo a punto de mate el 11 de julio de 2021, pero se las arregló para evitar que la mitad de la población saliera a la calle. Ese día, a pesar de no esperarlo, actuaron con rapidez y cortaron el internet, que era la única vía de movilización que tenían las personas. Dejar a la población sin Facebook les permitió ganar tiempo y luego mandaron a las hordas castristas a la calle a controlar todo.
En esas horas, el nerviosismo se apoderó de los Castro, los de Raúl, que por un momento pensaron en abandonar la mansión de la Rinconada y tomar un avión camino a Italia, donde tienen propiedades, todas a nombre de Paolo Titolo, el empresario y esposo de Mariela Castro.
A pesar de la situación, de los cientos de miles de personas en las calles, los cubanos no se podían creer que el gobierno se podía tumbar, y tal vez se lo tomaron como una acción más, como la primera de muchas que vendrían después, pero se equivocaron, el castrismo cogió un segundo aire y envió a unos mil 500 a prisión, y al exilio a decenas de miles.
A muchos jóvenes los citaron a las estaciones de policía y les dijeron que se iban o irían presos con condenas cercanas a los 10 años. Para facilitarle las cosas, la cúpula gobernante le pidió al sátrapa nicaragüense, Daniel Ortega, que abriera el país para que los cubanos encontraran una vía de escape rumbo a Estados Unidos.
Tanto Ortega, como otro de sus lacayos, Nicolás Maduro, se prestaron sin objeciones. Este puso los aviones y problema resuelto, al menos por el momento, porque la válvula, que se abrió por un momento, puede coger presión de nuevo, sobre todo porque la vida en Cuba es poco menos que imposible.
No solo hay una escasez endémica de productos de primera necesidad, sino que hay represión, control desmedido, miseria intolerable, abusos, persecuciones, y también robos, asesinatos, desigualdad notable solo por imaginarse alguien que piensas diferente, o que puedes hacerlo -lo de pensar diferente- en cualquier momento.
No hay zapatos y donde los venden es casi imposible comprarlos. La comida escasea, al extremo de que un litro de aceite, que vale un dólar y un poco más en cualquier parte del mundo, se vende sobre los mil pesos, que representan más de seis dólares a como está el cambio en la isla-cárcel. Y ni hablar de la carne de cerdo, de la escasez de leche, de verduras, de arroz y hasta de azúcar, en un país que vivía hasta hace poco más de seis décadas de la caña.
Los hospitales son un desastre. En unos, como en Hijas de Galicia, se mueren los niños, en otros no hay instrumental para las cirugías, ni reactivos para las pruebas más elementales, y las farmacias y los dispensarios no tienen medicamentos, ni los insumos elementales para inyectar, curar heridas, desinfectar o ponerle oxígeno a un asmático.
No hay nada en Cuba. El país va desapareciendo poco a poco. Mientras se derrumban edificios que otrora fueron preciosos y decenas de familia se quedan sin hogares, los mejores hijos del país se marchan. Sacan un pasaje a cualquier lugar y se van. Venden sus bienes, incluida la casa, que es como quemar las naves, para no volver jamás. Y aún así, los que gobiernan hablan de victoria y avances, de triunfos y envidia del mundo, tal cual les dijeron en esas escuelas que pasaron que debían decirle a la población.
Traen turistas que se van inconformes, pero tienen comprado a medio mundo para que hable bien de ellos, para que los defiendan en foros internacionales, cuando ni ellos mismos pueden defenderse. El gobernante impuesto es un meme andante, pero las fuerzas represivas aún tienen poder y los encargados de impartir justicia están vendidos, por migajas, a la familia que está en el trono.
Pero habrá cambio en Cuba. Raúl Castro va a morir. Y los hijos y nietos que esperan ese momento para largarse, porque saben que pueden caer en cualquier momento, tomarán un avión y se irán. Los lacayos que los apoyaron se llenarán de miedo, los militares darán un paso al costado, y luego de algunos días -o semanas- de revuelta y descontrol, Cuba iniciará el proceso más difícil de su historia: la reconstrucción de un país destrozado.
Habrá cambios. Inversores extranjeros, amparados por una nueva constitución y por gobiernos legítimamente electos, volverán a Cuba. Volverán a florecer las industrias, las líneas férreas, las carreteras, los campos se llenarán de plantaciones, y habrá mercados por doquier para que los cubanos no tengan que ser humillados en esas tiendas que venden en una moneda en la que no cobras tu salario, en esos lugares donde te revisan dos veces lo que compraste como si fueras un vulgar malhechor.
Habrá cambios en Cuba porque el comunismo no es eterno, ni el castrismo tampoco. Y porque puede morir un hombre o cien sin que pase nada, pero no puede desaparecer una nación entera para alimentar el ego y el bienestar de una familia que ha pisoteado a un país por más de seis décadas. De eso no tengo dudas…