Por Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- La crisis política desatada por Nicolás Maduro, pone en serios aprietos al tardocastrismo, que deberá decidir si el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez encabeza la asistencia a la anunciada toma de posesión del viernes y rezar porque el potencial dictador huido no pida ser acogido en Cuba.
La apariencia de calma que ofrece la escena cubana es irreal; porque está dominada por la dolarización de la economía y la profundización de la pobreza y desigualdad, que colocan a la dictadura más vieja de Occidente en uno de sus peores momentos. por el latente descontento, que alcanza a sectores del partido comunista, el gobierno y militares.
Muchas de las adhesiones en dictaduras son fingidas, por miedo y/o conveniencia, y un dictador, aun cuando se calce con estructuras de asentimiento popular, pero desprecie las urnas competitivas y plurales, vive siempre como un trasplantado cardíaco.
Díaz-Canel no ha tenido ni una hora de paz, desde que Raúl Castro lo premió con la rifa del guanajo; solo alguien muy vanidoso puede autoengañarse creyendo que avanza y concita el apoyo de quienes machaca regularmente con medidas injustas y erróneas. El sacrificio siempre es temporal, menos en Cuba, que parece eterno y la legitimación del actual gobernante pasaba por un socialismo plural, próspero y sostenible y no por una orden de combate contra su pueblo.
La triste realidad insular es más poderosa que retozos como el concierto de Bebeshito en Miami y el lenguaje de barricada de las crónicas de la prensa estatal, que sigue divorciada de la realidad cubana y propagando mentiras efímeras y triunfalistas, que no se creen ni sus redactores.
Cuba tiene difícil explicar su alineación con Maduro porque esta vez la mayoría de los gobiernos hispanoamericanos y la Unión Europea, incluidos estandartes de la izquierda regional como Sheinbaum, Lula y Petro, han dicho que no estarán en Caracas porque no comulgan con el fraude del madurismo derrotado en las urnas.
Las voces cubanas más sensatas aconsejan una reacción política y económica hacia posturas racionales, que tengan en cuenta las diferentes sensibilidades, prioridades y necesidades de la mayoría de los cubanos y evitar cualquier roce con Estados Unidos; en un marco desfavorable a La Habana.
Por si fuera poco, el gobierno cubano no podrá alegar ignorancia sobre lo que ocurre en Venezuela, donde mantiene un alto nivel de penetración de Inteligencia y Contrainteligencia; incluido un Buró de atentados al servicio de Maduro.
El inconveniente de tamaña infiltración es que el tardocastrismo deberá evitar cualquier tentación triunfalista y descontar que sus oficiales desplegados en Caracas y otros puntos de la geografía venezolana no desean volver a la patria de calamidades y renunciar a yipetas, y carne de res; vicios que lastran la objetividad de sus evaluaciones.
Una ausencia de Díaz-Canel el próximo domingo en Caracas; delegando en Salvador Valdés Mesa o Manuel Marrero Cruz, sería un gesto a tener en cuenta por la región y Estados Unidos, que está monitoreando, cuidadosamente, la involución de Venezuela; pero lo más importante sería un guiño a esos cubanos que no comulgan con la estafa liberticida.
El antecedente más parecido a la actual coyuntura fue la invasión estadounidense a Panamá, en 1989, cuando Fidel Castro tomó veloz y oportuna distancia de Manuel Noriega, sin dejar de condenar la intromisión yanqui en Centroamérica. Con Chávez tuvo que involucrarse más de lo prudente, pero acabó colonizándolo por la vía de exaltarle su ego llanero.
Los cubanos tembones y mayores; especialmente quienes desempeñaron funciones diplomáticas, comerciales y de espionaje en Panamá, reviven sus recuerdos de aquellos días, con los compañeros Nicolás y Diosdado jugando a las pistolitas; mientras calculan el tiempo que tardarían en refugiarse en la embajada vaticana en Caracas, distante a cinco kilómetros de palacio y a once del Fuerte Tiuna.
Un problema mayúsculo para el régimen sería qué hacer ante una eventual petición de asilo y refugio de Maduro y otros personeros chavistas, si las presiones internas, regionales y mundiales provocan su lógica salida del gobierno; aunque sea pactada.
Los entusiastas lanzadores de serpentinas para las glorietas deslizan que quizá Rusia, Irán o China sería un buen destino para Maduro, pero Moscú, Teherán ni Pekín van a comprometer sus relaciones con Estados Unidos por un dictador de escasa relevancia geopolítica que, además, les debe dinero y apoyos pasados.
Nadie resulta más incómodo que un dictador derribado; como le pasó a Fulgencio Batista con Estados Unidos, donde jamás pudo entrar, después de huir de La Habana; adonde estuvo a punto de recalar el depuesto Sha de Irán en su desgraciado vagar por el mundo sin aliento.
La anunciada renuncia de Justin Trudeau genera otro escenario de incertidumbre para La Habana, que desearía contar un estado equilibrio en su relación bilateral con Estados Unidos; sabiendo que para tales maniobras no podrá contar con México, pendiente de la renovación del Tratado de Libre Comercio con Washington y Ottawa a mediados del mandato de Trump.
México se ha acogido a su larga tradición de no injerencia, pero aún no está claro si viajará a Caracas algún ministro o la representación se limitará a su embajador, como aseguró la presidenta hace dos semanas, cuando dejó claro que ella no iría.
Las prioridades y la composición del aparato de política exterior de Trump tampoco facilita a la dictadura más vieja de Occidente ponerse a jugarle cabeza a la Casa Blanca porque ya sufrió la devastación Biden y, para negociar con Trump solo cuenta con algo más de mil presos políticos; que también son fruto del incumplimiento de un acuerdo trilateral con Estados Unidos y el Vaticano; contrarios a la liberación a cambio del destierro de los reos.
Fuentes oficiales venezolanas dan por segura la presencia del mandatario cubano en Caracas, pero La Habana guarda silencio sobre la asistencia de Díaz-Canel; que regalaría una foto incómoda junto al dictador Daniel Ortega y los mandatarios de cinco o seis países caribeños, dependientes del petróleo venezolano.
La casta verde oliva y enguayaberada necesita más que nunca del apoyo de la región ante el desafío Trump, que ha guardado silencio táctico sobre las tres dictaduras que padece la zona, pero se ha ocupado en designar a cubanoamericanos; que han sufrido la mala maña del castrismo, en puestos claves.
Díaz-Canel tiene el cuadro cerrado y debe calibrar adecuadamente cada acción; sabiendo que no cuenta con el respaldo mayoritario de los cubanos y cuando más voces de dentro y de afuera reclaman un cambio de rumbo realista y pragmático, que suplante la resistencia creativa y otras boberías solemnes por la sensatez y el reconocimiento de la natural pluralidad.
La excepcionalidad cubana fue posible en un escenario de Guerra Fría y abundante subsidio soviético, pero el tiempo nunca estuvo a favor de los pequeños y revolucionarios intrépidos han descartado la teoría castrista de la revolución vía urnas y procesos constituyentes, que fueron el inicio del fin del chavismo, el correísmo y el evismo; los zurdos más totalitarios de la frustrada algarabía continental.
Democracia o muerte es la verdadera disyuntiva política en Cuba e Hispanoamérica, Lula y Mujica saben cómo hacerlo y sobrevivir en tiempos revueltos; los triunfos de Milei en Argentina y de Trump en Estados Unidos simbolizan la rebelión de las masas contra el wokismo castrador y el inservible socialismo del siglo XXI.
Putin se alegró del triunfo de Trump porque espera un giro en la política proucraniana de Biden, Jamenei ya tuvo el primer gesto hacia Estados Unidos, vendiendo a los terroristas de Hamás y Hezbolá; buscando apaciguar a Israel y recomponer sus lazos con Arabia Saudí; circunstancias vitales para su supervivencia.
Mientras que China no desea cuquear al próximo inquilino de la Casa Blanca, provocando una mayor presencia estadounidense en el Pacífico, donde cuenta con importantes aliados como Corea del Sur, Japón y los países hispanoamericanos que abrevan en ese océano y que suplicaron a Trump, en su primer mandato, cuando abandono el tratado multilateral de la zona, dejándolos a merced de la potencia asiática que necesita revitalizar la teoría maoísta del Tercer Mundo, negocios mediante y aparcando la ideología.
Pekín se opuso con fuerza al ingreso de Cuba como miembro pleno a los Brics; imitando a Brasil con Venezuela, pero la mediación rusa facilitó que se le concediera a La Habana el estatus de asociado, con más obligaciones que derechos; aunque las crónicas de Indias traten de disfrazar el fracaso y pintar cuadros que solo existen en sus imaginativas cabezas.
Ligar su suerte a Maduro sería el peor escenario posible para el gobierno cubano, que obtendría más daños que beneficios, porque las sanciones que aguardan al tardochavismo si confirma el fraude, serán inaguantables e imposibilitarían cualquier intento de salve de Miraflores al Palacio de la Revolución.
Casi todo riesgo es también una oportunidad y el gobierno cubano tiene una ocasión propicia para corregir su miopía política o confirmar su cobardía y mediocridad políticas; solo que esta vez estaría más solo Robinson Crusoe porque la izquierda regional huye de Maduro como de la peste y resulta complicado sostener que todos están equivocados menos los Piratas del Caribe.
Al menos Granma titula en primera con un cintillo revelador: La hora de la verdad. En los próximos días sabremos si es otro papalote en almíbar o una rectificación de errores y tendencias negativas.