PILOTO AUTOMÁTICO

Padre Alberto Reyes
Florida, Camagüey.- Existe un modo de vida que podemos llamar “piloto automático”, y que se refiere a cuando la vida se rutiniza de tal modo que dejamos de estar atentos a nuestro presente, dejamos de preguntarnos si la vida que estamos llevando responde a lo que realmente queremos, amamos y soñamos en cuanto personas que nos consideramos discípulos del Señor. El problema es que cuando nos acostumbramos a vivir en “piloto automático”, los demonios andan a sus anchas.
Porque todos tenemos nuestros demonios, que no son otra cosa que las actitudes que nos mueven hacia la deshumanización, que nos alejan de nuestro encuentro con Dios y nos llevan a la muerte, esto es, a la desaparición de la alegría, de la esperanza, de la generosidad, y sobre todo, de la armonía interior…, a tal punto que, como el endemoniado de la sinagoga, pueden dominarnos hasta anularnos y “hablar en nuestro nombre”.
Ante esta realidad, se levanta la Palabra de Jesús que cura, que humaniza, pero una palabra necesita ser escuchada para tener el poder de curar, necesita ser meditada y asimilada. Por eso, el primer demonio a considerar es la vida frenética, la vida que no se da pausas para orar y pensar, ofreciéndonos la justificación perfecta para no escuchar.
Y es que, en realidad, lo que no queremos cambiar siempre se sentirá amenazado por el Evangelio. Los demonios están acostumbrados a comportarse como dueños y desean ser dejados en paz. Sordos a lo que no quieren oír, mandan, impulsan a obrar, y a no ser que los resultados tengan demasiadas consecuencias negativas, tendemos a dejarlos tranquilos, y a despreocuparnos de la deshumanización que provocan en nosotros.
Así, cuando alguien intenta sacarnos del “piloto automático” y hacernos pensar, nuestros demonios se sienten atacados, y se rebelan, y se movilizan con todas las energías que poseen a través de justificaciones, de cuestionamientos de aquel que nos cuestiona, de la búsqueda de todo lo que sirva como excusa para defender lo que no se quiere cambiar.
Por eso dice el Evangelio que el demonio del hombre de la sinagoga “lo retorció violentamente y dio un grito muy fuerte” antes de salir de él, porque cuando una persona se libera de aquello que lo aleja de Dios y lo pone contra sus hermanos, experimenta una ruptura, incluso una nostalgia, porque nos apegamos a nuestros demonios, a nuestros hábitos, a nuestros criterios. Nos aficionamos a esos estilos de vida que hacen daño y nos hacen daño, pero que justifican el no pensar, el no cuestionarnos y, por supuesto, el no cambiar.
No olvidemos nunca que la razón por la cual conservamos nuestros demonios es porque son prácticos, porque nos sirven para justificar no entrar en la lucha necesaria que antecede a la liberación, esa liberación que, una vez alcanzada, pacifica, serena y revitaliza, pero que tiene el precio de una lucha que no es posible eludir.

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