Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa
Toronto.- Dos Cubas conviven dentro de mi. La Cuba que me fue dada, la que me tocó, la de mi barrio, mi niñez y mis amigos, y la otra, la Cuba que llegó con las historias del abuelo, en largas conversaciones con mi Madre, Miguel Morales, Tirso y Angelita, la Cuba que he buscado en los libros, en fotos descoloridas y viejos discos. He crecido, ya casi me voy, y esas dos Cubas que me habitan se superponen, se mezclan, se pelean.
Como una moneda gastada que tiro al aire, Cuba tiene dos caras: escudo o estrella, cara o cruz, luz o sombra. Si pudiera apostar por la Cuba que quiero, escojo aquella, la de mis ficciones y sueños.
Me quedo en la Cuba que iba a estudiar y trabajar con decencia, con humildad pero con sincera alegría antes que llegara una Cuba 100 por ciento alfabetizada, universitaria pero vulgar, mediocre e hipòcrita.
Prefiero la Cuba que celebraba las hazañas de Ramón Font, José Raúl Capablanca, Kid Chocolate, el Andarín Carvajal y Martín Dihígo antes que la Cuba repleta de las medallas con dedicatorias de Alberto Juantorena, Teófilo Stevenson, Antonio Muñoz, Julio César la Cruz y Sotomayor
Alcancé a ver los campos de una Cuba que floreciò entre arboledas, palmares y centrales azucareros y que fue arrasada por una Cuba de marabuzales y cooperativas.
Añoro la Cuba que bailaba con la Riverside, la Sonora Matancera, Roberto Faz y la Banda Gigante de Benny Moré y no la del meneo con Los Van Van, Pablo FG, NG la Banda o Chocolate.
Imagino la Cuba que se aferraba a la Fe y a la Familia para borrar una Cuba que la Ideología y Escuelas al Campo subplantó.
Reverencio la Cuba de Céspedes, de Agramonte, de Maceo, José Martí, de Huber Matos y Mario Chanes de Armas, muy por encima de la Cuba en verde olivo de Castro, Guevara, y Ramiro Valdés.
Disfruto la Cuba que han descrito Dulce María Loynaz, Lezama Lima, Virgilio Piñera y Cabrera Infante antes que la Cuba que ha premiado al verbo genuflexo de Guillén, Retamar, Pablo Armando Fernández y Miguel Barniz.
Puedo tararear la Cuba de Celia Cruz, Willy Chirino, Sindo Garay, los Matamoros, Vicentico Valdés, Amaury Gutiérrez y los Aldeanos antes de aplaudir la Cuba de Silvio Rodríguez, Israel Rojas, Raúl Torres, Haila Mompié y Cándido Fabré.
Admiro la Cuba del Capitolio, el Hotel Nacional, la carretera central, el Chalet de Valle y el Cine Antillano que todavía resiste la agresión de la Cuba con Hoteles Meliá, de autopista inconclusa y edificios prefabricados.
Me siento a degustar la Cuba de los buñuelos, del pan con timba, de la Ropa Vieja, el Café fuerte, y el Ron Bacardí que previene la indigestión de una Cuba racionada a base de carne rusa, yogurt de soya, arroz precocido y cocimiento de moringa.
Quiero regresar a la Cuba de postigos abiertos, sillones en los portales y buenos días, que despareció con la Cuba de ventanas enrejadas, bicicleta con candado y Aseré qué bolá.
Debe ser que prefiero el Sueño a la Realidad, que no me conformo con las regalías del Paraiso Socialista, que soy un tipo anticuado. Debe ser que sigo empecinado en el camino a la Felicidad, que no renuncio. Hay una Cuba difusa que se confunde con mi aliento. A esa Cuba imposible, discreta y futura me estoy yendo.